Niger
Comunidades nsa:
- Dogondoutchi
- Maradi
- Niamey CTN
En Níger, la adaptación mutua a través de simples gestos de la vida cotidiana.
Recuerdo que el primer año fue bastante difícil y, sin el estímulo y la amistad del equipo que funcionaba en el lugar desde hacía varios años, yo no sé si hubiera aguantado. El shock de la diferencia cultural fue bastante fuerte. Como la directora de la escuela estaba enferma, la reemplacé durante un año. Rápidamente, me avoqué al estudio de la lengua, primer gesto de amistad hacia ese pueblo que me acogía. Para ello, me fui a vivir a Korizena, en la propiedad del catequista; sólo volvía a la comunidad, en Dolbel, los fines de semana, durante ocho meses. Ese tiempo en la aldea me permitió aprender mucho más que la lengua, fue todo otro lenguaje lo que descubrí: costumbres, una mentalidad, la vida de cada día simplemente. Tenía todo para aprender. Era el tiempo de la domesticación mutua a través de simples gestos de la vida cotidiana y los primeros balbuceos de la lengua. Como la mayoría de la gente del pueblo, yo tenía una huerta. A veces algunos hombres y mujeres venían a ayudarme a regar o simplemente a charlar un rato. Ellos me decían:”Estamos contentos porque siempre estás con nosotros; pero tenés muchas cosas para enseñarnos, queremos, sobre todo la palabra para nuestras mujeres.”
Poco a poco, se fueron formando grupos de mujeres en las diferentes aldeas. Juntas, a través de la animación, fuimos buscando como mejorar las condiciones de vida. Por cierto, no hicimos nada espectacular, sino simples cosas que ellas pudieran manejar a partir de lo que ellas eran y de lo que ellas tenían. Pero, esas reuniones entre mujeres, aunque muy necesarias eran insuficientes. Para que se diera el progreso del pueblo, era necesario encontrarse con todos los habitantes. Según los temas elegidos, los campesinos tomaban conciencia de sus vivencias ayudados con algunas preguntas pertinentes, buscaban las causas y las consecuencias de ciertas situaciones y decidían la acción a seguir para mejorar o cambiar las cosas. Me gustaba mucho este trabajo en las aldeas.
Hna. Marie-Claire Charles, nsa (francesa)
“Con Jesús, no es posible caminar en la oscuridad” (Iglesia de Gorouol, en Níger)
He compartido la experiencia espiritual de algunas personas que, simplemente, me han brindado su amistad como aquella mujer que me contaba un día: “Jesús me abrió las puertas del conocimiento. Con Jesús no es posible caminar en la oscuridad. Jesús es mi liberador. Él me ha hecho tan libre que salí de la esclavitud para siempre. La fuerza de Jesús actúa en mi, no tengo más miedo.”
Una de mis más grandes alegrías fue preparar para el bautismo, durante cuatro años, a Paul y Agnes, una joven pareja. A lo largo de nuestros encuentros, yo leía en sus ojos el camino de gracia que iluminaba toda su vida cotidiana. Estaba maravillada de la percepción que ellos tenían de lo esencial del mensaje evangélico. Muchas veces he sentido en mi corazón el gozo de Jesús cuando decía:”Yo te alabo Padre, señor del cielo y de la tierra, por haber escondido estas cosas a los sabios y a los prudentes, y por haberlas revelado a los pequeños.” Por cierto, las tensiones y los celos son inevitables en la vida de una comunidad, y he sufrido constatando las dificultades de algunos/as para vivir una verdadera reconciliación. El camino del amor es difícil, es por eso que Jesús insiste tanto en recordarnos sin cesar su único mandamiento: “Ámense como yo los he amado, para que el mundo crea.”
Tendría que hablarles también de mi encuentro con los amigos musulmanes. No entré en diálogo con el Islam sino con los musulmanes, entre los cuales yo tengo verdaderos amigos. En el respeto de nuestras diferencias, hemos vivido mucho más que como simples vecinos; hemos colaborado mutuamente en numerosas actividades. Ellos me ayudaron a hacer experiencia del reino de Dios y a no encerrarme en el pequeño signo del Reino que es la Iglesia.
Nunca olvidaré los rostros de aquellas mujeres y aquellos hombres, cristianos/as y musulmanes/as. Con ellos, descubrí un camino de alegría más allá de los senderos trillados del consumismo. Creo que hemos crecido juntos, compartiendo, día tras día, sufrimiento y esperanza. Mis amigos conocían la dura realidad de la hostilidad de la naturaleza, ligada a la aridez del clima que los obliga, a menudo, a vivir al límite de la supervivencia. Mi corazón sangró más de una vez frente al sufrimiento hecho pan cotidiano para muchos de ellos.
Hna. Marie-Claire Charles (francesa)